viernes, 27 de marzo de 2009

Diario de viaje (I)

3 de marzo. 23:05h. Bangkok.

Estamos es el hotel de Bangkok. Sencillo, austero, de paredes blancas, contrasta con toda la suciedad que le rodea. Hoy, recién llegadas, en una pequeña expedición por los alrededores, hemos descubierto un Bangkok bastante peculiar, tanto que aún nos cuesta creer que ésa sea la esencia de la ciudad. Algo parecido a un parque, repleto de vendedores ambulantes, a sólo un muro de distancia del Gran Palacio, sentados en el suelo, rodeados de ratas y basura, con un calor demasiado asfixiante para las primeras horas de la noche. Masaje tailandés a 100 baths (poco más de dos euros), sin más lecho que un duro suelo de tierra, comida preparada a la intemperie, venta de objetos usados de poca utilidad... Poco después, alejándonos un poco de la margen del río Mae Nam Chao Phraya, acabamos por dejarnos caer en la parte más turística del Bangkok antiguo. Mercadillos hippies, restaurantes con la carta en inglés y casas de masajes plagadas de clientes de pelo rubio. Especias, incienso, tallas de Buda, cuencos de madera, ropa de lino... un sinfín de aparentes gangas intercaladas entre bares de jazz con música en directo y chiringuitos que impregnaban el ambiente con el característico olor de la especidada comida thai. Emprendimos el camino de vuelta al hotel, esquivando charcos, intentando sin éxito no respirar olores nauseabundos, cruzándonos con decenas de prostitutas callejeras y gente descalzadurmiendo plácidamente en las aceras compartiendo cama con los perros vagabundos que pululan por la ciudad, al menos la temperatura se lo permitía.
De vuelta al hotel, dispuestas a recuperarnos de las horas de sueño perdidas los días anteriores, varias preguntas me rondan por la cabeza: ¿cómo viven los thailandeses? ¿por qué tengo la sensación de que los coches que circulan por las calles de Bangkok parecen no encajar con la gente que habita en sus calles?

lunes, 15 de diciembre de 2008

En Japón también hay Navidad

En Japón no veneran a ese Dios creador cuyo hijo supuestamente aterrizó en la Tierra un día 25 de diciembre para salvarnos a todos. Los japoneses, en cambio, tienen un altar repleto de dioses shintoistas de los elementos de la naturaleza, sus propios antepasados o divinidades budistas customizadas. Aún así celebran la Navidad, como celebran todas aquellas manifestaciones culturales consumistas llegadas de Estados Unidos, léase Halloween o San Valentín, por ejemplo. Pero, eso sí, la impregnan de peculiaridades japonesas. Es necesario recordar que en Japón tradicionalmente siempre se ha celebrado el Año Nuevo, una fecha marcada en el calendario que tiene un significado especial para los habitantes de las islas niponas. Todo el ritual que la acompaña se mezcla los días -o meses- previos a la Navidad con aquellas tradiciones que les son ajenas, por las calles de Tokio y, supongo, de todas las demás ciudades y pueblos del país.

Lo que más deslumbra de la Navidad japonesa, bien porque es el primer síntoma de la Navidad en manifestarse, a mediados de noviembre, bien porque es lo más visible cuando uno pasea por la ciudad, es el alumbrado navideño. Como ya es bien sabido, los japoneses son muy amigos de los excesos y, en este caso, no podía ser menos. Los alrededores de la estación de tren de Shinjuku, una de las más grandes y transitadas del mundo, aparecen, de la noche a la mañana, inundadas de destellos azules, lo que es entendido por todos de forma instantánea como la inauguración de la campaña navideña en las tiendas y grandes almacenes.

Árboles de navidad, adornos, dulces, calcetines gigantes para recibir los regalos -de Santa Claus, por supuesto-, envoltorios especiales -a un módico precio, y con más capas de lo habitual, que ya son bastantes-... Pero la fiebre de la compra de regalos que nos invade en España llegado diciembre, no se aprecia en Japón. Quizás sea porque comprar sin medida es lo normal en este país, o quizás porque eso de la Navidad no se lo acaban de creer del todo. Las Christmas Cakes que ofrecen las pastelerías en cualquier esquina de cualquier estación, de fresa y nata o chocolate, con posibilidad de encargo por si algo, y que, según dicen las malas lenguas, el día 25 de diciembre se venden a mitad de precio, se han convertido en parte de la tradición japonesa.

A esa Navidad impostada y artificial que festejan los japoneses, le sigue la celebración genuinamente japonesa del Año Nuevo. Los grandes almacenes, librerías y convinis, previo a la instalación de la iluminación, llenan sus estanterías de todo tipo de instrumentos y adornos para hacer postales de felicitación: pegatinas, sellos, rotuladores con efecto pincel, tintas doradas, tarjetas... Para los más perezosos, también vienen ya hechas listas para enviar a amigos, familiares, vecinos y conocidos. La estrella de este año, la vaca, el signo del zodiaco chino correspondiente al 2009.
Todos los japoneses recibirán un montón de estas postales en la puerta de su casa el día 2 de enero, pues los empleados del servicio de correos se encargan de ordenarlas todas por domicilios a medida que las reciben para entregarlas todas juntas el mismo día atadas con un lacito.

La parte más espiritual del año nuevo japonés se centra en torno a los templos. En algunos de los grandes santuarios shintoistas se instalan durante los meses previos ferias en las que artesanos japoneses realmente entusiastas venden kumade. La palabra kumade significa rastrillo en japonés, símbolo de prosperidad. Pero también han pasado a denominar una especie de artefacto que tiene como base, precisamente, un rastrillo, pero sobre él se colocan muñecos -este año también vacas- y todo tipo de amuletos para llamar a la suerte en el nuevo año.

Los japoneses acuden a estas ferias en masa, pues están abiertas sólo unos pocos días, para hacerse con un kumade cuanto más grande mejor.

La compra va acompañada de un regalo: todos los empleados del puesto rodean al comprador y, en una especie de ritual para llamar a la suerte, cantan a voz en grito mientras dan palmas. Supongo que también es una forma de agradecimiento por dejarse decenas de miles de yenes en comprar el resultado de su trabajo. Así se van los japoneses satisfechos con su nuevo amuleto.


Cuando termine el año quemarán el que compraron el anterior, para que el fuego se lleve la mala suerte que el kumade atrapó durante doce meses. Llegado el señalado día en el que despiden al año, los japoneses limpian la casa en profundidad para liberarse de las malas energías y se echan a la calle, generalmente alrededor de templos y santuarios. En los templos budistas, hacen cola bebiendo sake caliente, para seguir la tradición que manda tocar la campana ciento ocho veces, porque tantos son los pecados según el Budismo.

Los más pequeños de la casa reciben su regalo en el Año Nuevo, algo similar a un aguinaldo llamado otoshidama. El dinero, que pueden llegar a ser hasta cien mil yenes según la familia, se mete en unos sobres hechos especialmente con ese objetivo, con motivos diversos: los dorados tradicionales o los que tienen forma de Hello Kitty o Stitch, generalmente de papel, aunque se venden incluso de tela. Y así, tras tres días de fiesta para recibir el año, vuelven a clase y al trabajo, sin esperar a los Reyes Magos.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Japón: mitos y realidades

Tras dos meses inmersa en la vida tokiota, en la que me sumergí con el objetivo de derribar muchos mitos sobre Japón y sobre los japoneses, he logrado parcialmente mi objetivo, lo que me satisface, pues los japoneses realmente son tan excéntricos como lo son en la imagen que hemos construido en Occidente, pero también son demasiado parecidos a todos nosotros. "Los humanos son humanos, en Japón también", fue una de las primeras lecciones que recibí de una amiga japonesa en mi segundo día en Japón, en un andén de una de tantas estaciones de Tokio. Intentaré ampliar información en nuevos post, tanto de los mitos que seguirán siendo eso, sólo mitos, como de los que se han convertido en realidad.

Realidades (muchas de las cuales son mitos caídos):
- El pueblo japonés es exageradamente consumista.
- Hay muchas japonesas guapísimas mientras que los chicos, en general, dejan bastante que desear.
- Los japoneses ven la tele y leen manga en el tren.
- Se duermen en cualquier lugar y en cualquier posición.
- Ganan mucho dinero, con lo que la clase media mantiene un nivel de vida bastante más elevado que en España.
- Son excesivamente educados y amables, pero sólo cuando quieren.
- A los japoneses les encantan las cosas pequeñas y monas y los envoltorios.
- Son ultrafashion y se preocupan muchísimo por su imagen.
- Les gusta mucho beber alcohol.
- Pueden comer arroz a cualquier hora.
- Tienen una enorme conciencia ecologista.
- Viven en casas pequeñas, tienen coches pequeños, perros pequeños...
- La tasa de natalidad está por los suelos.
- Los escolares siempre llevan uniforme, incluso en fin de semana.
- Los trenes son superpuntuales.
- Japón es uno de los lugares más seguros del mundo.
- Existen los empujadores.

Mitos (que para mí siguen siéndolo):
- Los japoneses son fríos, serios y aburridos.
- Todo está lleno de gente siempre.
- Son bajitos y pequeños.
- Los productos tecnológicos son más baratos.
- Van vestidos de colores chillones o disfrazados de personajes de manga.
- El sincretismo religioso japonés hace que la gente no manifieste tener fe en nada.
- Lo reciclan todo.
- En Japón hay tifones y terremotos cada dos por tres.
- Todos los edificios son nuevos.
- No hay pobres viviendo bajo los puentes.

jueves, 16 de octubre de 2008

Cuando 10.000 yenes eran 60 euros...

... aterricé un aeropuerto como cualquier otro, con la diferencia de que me hacían demasiadas preguntas y me tomaban las huellas, por lo que pueda pasar. Allí me esperaba alguien que no contaba fuera a convertirse en la amiga que es ahora, por eso del desapego japonés. Tokio me recibió con los brazos abiertos, en una visita fugaz a Akihabara, conocida como la ciudad electrónica, hoy convertida en meca de los frikis del manga y el anime. Me esperaban cuatro días vertiginosos, aturdida por el jet-lag, visitando los rincones más célebres de una de las grandes capitales del mundo, la primera en despertarse cada día, eso en el caso de que realmente se duerma alguna vez.De lo alto del rascacielos del gobierno metropolitano en Shinjuku a un izakaya bebiendo con desconocidos y rodeada de salary man japoneses borrachos. De la estravagancia de los modernos que pululan por Harajuku a la paz que inunda el santuario del emperador Meiji, erigido en medio de un bosque que rompe con el hormigón de la ciudad. De nadar contra corriente en el paso de peatones más transitado del mundo en Shibuya a cenar bibimba coreano en Roppongi, el distrito más internacional de Tokio. Paseando por sus calles con Hiroko, Yukari, Santa, Oriol, Kei, Erika o Momoko, descubrí su mejor cara y me encandiló irremediablemente. Después llegarían las clases super intensivas, algún que otro viaje, el mini "Gran Hermano" de la casa de Warabi, con malos rollos y cucarachas incluidas, la caída al vacío del euro, tifones y terremotos que pasan sin pena ni gloria, supermercados que abren 24 horas, las croquetas japonesas, sobremesas de té sin azúcar y Pucca de chocolate, las visitas a templos buscando ser tocados por los dioses y dejando atada la mala suerte, reencuentros, muchas caras nuevas, la lucha diaria por entrar en el tren cada mañana, grandes bellezas orientales, gente durmiendo por los rincones... Mi blog cambia de cara para albergar todas esas historias, retratos de una ciudad, Tokio, que fluye sin cesar como cualquier otra urbe pero que, sin embargo tiene un encanto especial, su propia identidad, el "estilo japonés" que dicen sus habitantes.

domingo, 31 de agosto de 2008

Flechazos

¿Por qué seguir creyendo en los flechazos? Si duelen... Porque siempre seguiré siendo una soñadora. Si hay que echarle valor para sacarse la flecha y esperar a que cicatrice la herida, mala suerte. Pero veces los flechazos compensan. Las menos. Sólo por esos flechazos correspondidos, los que duran eternamente, merece la pena estar alerta esperando a que Cupido aparezca en cualquier lugar y en cualquier momento, y dispare.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Voces

Mi yo está dividido en dos. No me atrevería a decir que a la mitad, porque creo que una de las dos partes es más fuerte y a veces le da collejas a la otra, que se piensa más inteligente. Oigo dos voces. La que me habla por la oreja izquierda me dice que debo volar, cortar las cuerdas que me atan y agitar las alas con toda mi energía hasta llegar a algún lugar lejano, en el que tengo que cambiar divisas, hablar en un idioma que desconozco, utilizar un transformador de corriente y e intentar comer con un instrumento que no trae libro de instrucciones. La otra voz, la que me susurra por la oreja derecha es mucho más discreta, pero consigue salirse con la suya y hacerme dudar. Intenta convencerme de que mi vida necesita estabilidad, que ya me están creciendo las raíces y debo plantarlas en algún sitio, ya sea maceta de interior o un gran bosque lleno de vida, compartirme con alguien que a todas luces, tarde o temprano, traicionará el único requisito indispensable para permanecer a mi lado: la honestidad. Intento taparme los oídos, pero el eco de esas voces resuena en mi cabeza. Pongo la música muy alta para callarlo, pero tampoco funciona...

sábado, 23 de agosto de 2008

Desde los afectos

¿Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo?
Que uno sólo tiene que buscarlo y dárselo,
Que nadie establece normas salvo la vida,
Que la vida sin ciertas normas pierde forma,
Que la forma no se pierde con abrirnos,
Que abrirnos no es amar indiscriminadamente,
Que no está prohibido amar,
Que también se puede odiar,
Que el odio y el amor son afectos
Que la agresión porque sí hiere mucho,
Que las heridas se cierran,
Que las puertas no deben cerrarse,
Que la mayor puerta es el afecto,
Que los afectos nos definen,
Que definirse no es remar contra la corriente,
Que no cuanto más fuerte se hace el trazo más se dibuja,
Que buscar un equilibrio no implica ser tibio,
Que negar palabras implica abrir distancias,
Que encontrarse es muy hermoso,
Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida,
Que la vida parte del sexo,
Que el "por qué" de los niños tiene un porqué,
Que querer saber de alguien no es sólo curiosidad,
Que querer saber todo de todos es curiosidad malsana,
Que nunca está de más agradecer,
Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo,
Que nadie quiere estar solo,
Que para no estar solo hay que dar,
Que para dar debimos recibir antes,
Que para que nos den hay que saber también cómo pedir,
Que saber pedir no es regalarse,
Que regalarse es, en definitiva, no quererse,
Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos,
Que para que alguien "sea" hay que ayudarlo,
Que ayudar es poder alentar y apoyar,
Que adular no es ayudar,
Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara,
Que las cosas cara a cara son honestas,
Que nadie es honesto porque no roba,
Que el que roba no es ladrón por placer,
Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo,
Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte,
Que se puede estar muerto en vida,
Que se siente con el cuerpo y la mente,
Que con los oídos se escucha,
Que cuesta ser sensible y no herirse,
Que herirse no es desangrarse,
Que para no ser heridos levantamos muros,
Que quien siembra muros no recoge nada,
Que casi todos somos albañiles de muros,
Que sería mejor construir puentes,
Que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve,
Que volver no implica retroceder,
Que retroceder también puede ser avanzar,
Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol,
¿Cómo hacerte saber que nadie establece normas salvo la vida?

Mario Benedetti