viernes, 27 de marzo de 2009

Diario de viaje (I)

3 de marzo. 23:05h. Bangkok.

Estamos es el hotel de Bangkok. Sencillo, austero, de paredes blancas, contrasta con toda la suciedad que le rodea. Hoy, recién llegadas, en una pequeña expedición por los alrededores, hemos descubierto un Bangkok bastante peculiar, tanto que aún nos cuesta creer que ésa sea la esencia de la ciudad. Algo parecido a un parque, repleto de vendedores ambulantes, a sólo un muro de distancia del Gran Palacio, sentados en el suelo, rodeados de ratas y basura, con un calor demasiado asfixiante para las primeras horas de la noche. Masaje tailandés a 100 baths (poco más de dos euros), sin más lecho que un duro suelo de tierra, comida preparada a la intemperie, venta de objetos usados de poca utilidad... Poco después, alejándonos un poco de la margen del río Mae Nam Chao Phraya, acabamos por dejarnos caer en la parte más turística del Bangkok antiguo. Mercadillos hippies, restaurantes con la carta en inglés y casas de masajes plagadas de clientes de pelo rubio. Especias, incienso, tallas de Buda, cuencos de madera, ropa de lino... un sinfín de aparentes gangas intercaladas entre bares de jazz con música en directo y chiringuitos que impregnaban el ambiente con el característico olor de la especidada comida thai. Emprendimos el camino de vuelta al hotel, esquivando charcos, intentando sin éxito no respirar olores nauseabundos, cruzándonos con decenas de prostitutas callejeras y gente descalzadurmiendo plácidamente en las aceras compartiendo cama con los perros vagabundos que pululan por la ciudad, al menos la temperatura se lo permitía.
De vuelta al hotel, dispuestas a recuperarnos de las horas de sueño perdidas los días anteriores, varias preguntas me rondan por la cabeza: ¿cómo viven los thailandeses? ¿por qué tengo la sensación de que los coches que circulan por las calles de Bangkok parecen no encajar con la gente que habita en sus calles?