jueves, 16 de octubre de 2008

Cuando 10.000 yenes eran 60 euros...

... aterricé un aeropuerto como cualquier otro, con la diferencia de que me hacían demasiadas preguntas y me tomaban las huellas, por lo que pueda pasar. Allí me esperaba alguien que no contaba fuera a convertirse en la amiga que es ahora, por eso del desapego japonés. Tokio me recibió con los brazos abiertos, en una visita fugaz a Akihabara, conocida como la ciudad electrónica, hoy convertida en meca de los frikis del manga y el anime. Me esperaban cuatro días vertiginosos, aturdida por el jet-lag, visitando los rincones más célebres de una de las grandes capitales del mundo, la primera en despertarse cada día, eso en el caso de que realmente se duerma alguna vez.De lo alto del rascacielos del gobierno metropolitano en Shinjuku a un izakaya bebiendo con desconocidos y rodeada de salary man japoneses borrachos. De la estravagancia de los modernos que pululan por Harajuku a la paz que inunda el santuario del emperador Meiji, erigido en medio de un bosque que rompe con el hormigón de la ciudad. De nadar contra corriente en el paso de peatones más transitado del mundo en Shibuya a cenar bibimba coreano en Roppongi, el distrito más internacional de Tokio. Paseando por sus calles con Hiroko, Yukari, Santa, Oriol, Kei, Erika o Momoko, descubrí su mejor cara y me encandiló irremediablemente. Después llegarían las clases super intensivas, algún que otro viaje, el mini "Gran Hermano" de la casa de Warabi, con malos rollos y cucarachas incluidas, la caída al vacío del euro, tifones y terremotos que pasan sin pena ni gloria, supermercados que abren 24 horas, las croquetas japonesas, sobremesas de té sin azúcar y Pucca de chocolate, las visitas a templos buscando ser tocados por los dioses y dejando atada la mala suerte, reencuentros, muchas caras nuevas, la lucha diaria por entrar en el tren cada mañana, grandes bellezas orientales, gente durmiendo por los rincones... Mi blog cambia de cara para albergar todas esas historias, retratos de una ciudad, Tokio, que fluye sin cesar como cualquier otra urbe pero que, sin embargo tiene un encanto especial, su propia identidad, el "estilo japonés" que dicen sus habitantes.

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